En plena época de vendimia, repasamos su evolución histórica a través de los utensilios utilizados para la recolección y las tradiciones en diferentes territorios.
Autor: Cultura Líquida
En su viaje por España durante las décadas de los 50 y 60 del siglo XX, el geógrafo e historiador francés Alain Huetz de Lemps vivió los primeros indicios de la lenta transición de una España profundamente rural a una moderna. En su magnífica tesis doctoral “Viñedos y vinos del noroeste de España”, dedicó muchas páginas a las labores de vendimia relatando sus vivencias en varias regiones productoras y narrando en detalle la cultura popular del, sin duda, momento más importante para viticultores y bodegueros.
“En la región del Duero, la uva se vierte en grandes cestos de mimbre que se fabrican en los propios centros vitícolas o en algunos pueblos especializados en esta artesanía. En el siglo XIX, toda la población de Bercero, cerca de Tordesillas, incluidos los niños de diez o doce años, se dedicaban a la fabricación de cestos de todos los tamaños. Incluso hoy en día, es habitual ver a los propios viticultores aprovechando los periodos de inactividad para tejer sus grandes cestas de mimbre, como en Aranda de Duero”. Huetz de Lemps
Artesano en Aranda de Duero. Foto de Alain Huetz de Lemps
El instrumento tradicional, el que se puede ver en miniaturas o esculturas de la Edad Media, es el corquete, que consiste en una hoja de hierro curvada y afilada insertada en un pequeño mango de madera. El corquete seguía utilizándose en el siglo XIX.
Cuenta Huetz de Lemps que en Galicia y en la zona cantábrica se utilizaban sobre todo navajas, igual que en una parte de las tierras del Duero, donde la navaja corta se conocía como garillo. Durante sus viajes por muchos pueblos, comenta que, sobre todo en Castilla y León, los vendimiadores cortaban los racimos con la mano, con la consiguiente pérdida de uvas y de algunos daños en las cepas.
En el siglo XIX, las tijeras cobraron importancia y redujeron el uso del corquete y la navaja.
El instrumento tradicional, el que se puede ver en miniaturas o esculturas de la Edad Media, es el corquete, que consiste en una hoja de hierro curvada y afilada insertada en un pequeño mango de madera. El corquete seguía utilizándose en el siglo XIX.
Cuenta Huetz de Lemps que en Galicia y en la zona cantábrica se utilizaban sobre todo navajas, igual que en una parte de las tierras del Duero, donde la navaja corta se conocía como garillo. Durante sus viajes por muchos pueblos, comenta que, sobre todo en Castilla y León, los vendimiadores cortaban los racimos con la mano, con la consiguiente pérdida de uvas y de algunos daños en las cepas.
En el siglo XIX, las tijeras cobraron importancia y redujeron el uso del corquete y la navaja.
Capitel representando la vendimia. Santa María la Real de Nieva, Segovia
Cunachos, cestos y culeiros
La terminología de los recipientes para la vendimia es casi tan variada como las regiones vitícolas y están estrechamente ligadas a la tradición local.
En Rioja, los cunachos estaban hechos de listones de madera entrelazados y tenían una capacidad de unos 22 kg. En Rioja Alavesa, la cesta se llama cesto de rogo o canasto. En Rioja Baja estaban los antiguos bayartes de madera que transportaban dos hombres con la ayuda de un palo y hoy casi desaparecidos.
En Navarra se utilizaban pequeñas cestas de mimbre o comportillas de madera. Las cestas de mimbre utilizadas en la región del Duero suelen llamarse cuévanos. Su capacidad media era de dos arrobas de uva. En Euskadi se utilizan las canastillas.
En Galicia, los cestos se llaman a veces culeiros en la provincia de Ourense. La comarca de Ribeiro era el centro de atracción para los cesteiros que se dedicaban tanto a la reparación de los viejos como a la fabricación de los nuevos. Un culeiro podía llevar una carga de 80 o 90 kg.
Los racimos se acumulan en cestas para llevarlos fácilmente hasta el borde de la viña. Este tipo de cestas las transportan los hombres, los sacadores, hasta el camino, donde se vacían en recipientes más grandes. En la parte orienta, es decir, en Navarra y Rioja, los viticultores utilizan principalmente recipientes de roble o, mejor aún, de chipo, ya que este último es ligero y no da sabor a las uvas.
Fotos de uvas en culeiros. Año 1962. Foto Museo Etnológico de Ribadavia
El historiador francés describe con minuciosidad los recipientes de madera. La comporta, con una base ovalada, de un metro de profundidad y capaz de albergar unos 100 kg de uva, que se cargaban en caballerías, una a cada lado. El comportillo o comportón, de fondo redondo, un poco más profundo, y por tanto con una capacidad ligeramente mayor (120 a 140 kg). Los comportones se cargan en carros, con 8 o 10 comportones por carga.
En el pasado, la capacidad de las comportas estaba cuidadosamente controlada por el ayuntamiento. Así, las comportas de Logroño debían tener una capacidad de 2 fanegas de trigo y debían llevar la insignia de la ciudad. Los grandes productores disponían de gran cantidad de material.
“La oposición entre los dos tipos de transporte solo puede explicarse por el relieve de la zona; allí donde los caminos son malos y, sobre todo, donde las pendientes son pronunciadas, predomina el transporte por caballerías. En las zonas llanas era posible el uso de carros tirados por bueyes o mulas”, escribe Huetz de Lemps. En aquellos años, la España rural de hace 50 años, el transporte en carro iba poco a poco progresando junto con las carreteras, pero el uso de animales de carga sigue siendo muy frecuente y “en las carreteras aparecen cada vez más las galeras, largos remolques tirados por tractores o camiones”.
Niños pisando uva. Foto Museo Etnológico de Ribadavia
A pesar de estas y otras diferencias entre regiones, es indudable que la vendimia continúa siendo la época del año más especial en el mundo del vino. Un momento compartido, de recogida no solo del frutos sino del esfuerzo de todo el año, de festividad, memoria, recuerdo y complicidad.
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