¿Qué determina el paisaje vitícola? ¿Cuáles son las variables que moldean la geografía de una comarca? Las unidades del paisaje en O Ribeiro es la interacción de factores que han evolucionado a lo largo de los siglos.
Autor: Augusto Pérez Alberti
Dinámica ecogeográfica y distribución de los paisajes
Los paisajes del Ribeiro no son el resultado de la suma de las diferentes variables que hemos analizado, sino de su interacción. Las formas del terreno y la sucesión de volúmenes encadenados, son la base en la que se distribuyen los paisajes y, al mismo tiempo, factores que condicionan fuertemente la actividad humana. Además, se añaden otros importantes como la altitud y la orientación.
La altitud introduce modificaciones climáticas que explican el hecho de que a medida que ascendemos, el uso del suelo cambia porque se alternan los parámetros bioclimáticos, que son determinantes para algunos cultivos, como es el caso de la vid. A una cota de 300 metros esto es muy importante, y es un hecho evidente que a medida que salimos de los valles y penetramos en las planicies de alrededor, las temperaturas se suavizan en el verano y las nieblas son menos frecuentes en invierno. Como consecuencia, aparecen cultivos distintos asociados a lo que en Galicia sería la montaña, es decir, el centeno, hoy en retroceso, y la actividad ganadera, que salvo en el caso de granjas de aves y cerdos, no tiene ni tuvieron importancia en O Ribeiro. A esto hay que añadirle la viña. Si bien es cierto que el vino está presente no lo es menos que su calidad es menor y que incluso la maduración de la uvas es más tardía. Basta con hacer distintos trayectos desde el fondo del Miño hasta Trasalba, Toén, San Amaro, Ourantes, o desde el valle del Avia hasta Pena Corneira o Carballiño, para darnos cuenta con claridad de este hecho.
En Ribeiro las áreas más húmedas no siempre están situadas a la orilla de los ríos principales porque si el valle es abierto, la insolación compensa el exceso de agua.
Camino Rural en el valle del Avia
Si la altitud introduce elementos modificadores en el paisaje, otro tanto acontece con la orientación, que indujo desde antiguo a situar los viñedos en las laderas más soleadas. Cosa lógica dado que la calidad del vino está en íntima relación con la temperatura y la humedad, es decir, con la existencia de una mayor o menor insolación. Si interrelacionamos la forma de las laderas y su pendiente, la insolación y los suelos, veremos como a menor pendiente mayor ocupación potencial del espacio y creación de un hábitat continuo. Por el contrario, a mayor pendiente menor ocupación y presencia de un hábitat discontinuo. Esta relación entre pendiente y orientación explica que cuando los valles se cierran y las laderas se empinan, restructurándose para poder ser cultivadas, aparecen las terrazas o socalcos. Los mejores ejemplos están en el área de Varón o Lebosende, en la confluencia entre los ríos Avia y Varón, por Xubín, o entre Beatriz y Leiro y San Estevo.
Forma, pendiente, orientación y agua son variables interconectadas que explican en gran parte los paisajes de O Ribeiro.
Otro elemento a tener en cuenta es la humedad: a mayor humedad menor presencia de viñedo. En Ribeiro las áreas más húmedas no siempre están situadas a la orilla de los ríos principales porque si el valle es abierto, la insolación compensa el exceso de agua. En general, estas zonas están asociadas a los riachuelos que bajan perpendiculares a los ríos Avia y Miño, propiciando la hidromorfía. Debido a esto, se convirtieron en lugares adecuados para los prados o las huertas ya que en la comarca, ciertos cultivos como el maíz, muy escaso en el pasado y aún más en el presente, y los productos de huerta necesitan riego desde la primavera. Así, hasta épocas relativamente recientes, durante el verano el uso del riego se sucedía a lo largo de las 24 horas del día ya que era necesario aprovechar al máximo el agua de los pequeños ríos o de manantiales, que en muchos casos secaban o mermaban su caudal con la llegada del calor.
Gráfico de orientaciones de Ribeiro
Forma, pendiente, orientación y agua son variables interconectadas que explican en gran parte los paisajes de O Ribeiro. A ellos, hay que añadir otro elemento: los suelos. Existen acusadas diferencias entre unos lugares y otros en función del tipo de roca o de la formación superficial. Sin embargo, su importancia no está únicamente en las propiedades físico-químicas, también es determinante su profundidad y su textura, que está ligada a la capacidad de retener el agua. Así, en una primera aproximación, es factible afirmar que cuanto mayor es la pendiente, menor es su profundidad. Por eso, en aquellos lugares donde las laderas de los valles se empina, la población o bien se sitúa en las terrazas fluviales, como pasa en las parroquias de Santa Cruz de Arrabaldo, Laias, Razamonde, Sanín, Francelos, Prado…, o bien modifica la pendiente mediante el sistema de terrazas, como pasa en Varón, Lebosende, Albarellos, Pazos de Arenteiro, Salón o Xubín. Por el contrario, cuando las laderas se suavizan, las aldeas y los campos de cultivo asciende en altitud y la ocupación del espacio es mayor porque se puede aprovechar más extensión del terreno. Sin embargo, no siempre se construyeron terrazas en valles estrechos o en laderas muy empinadas. En ocasiones, como podemos observar en Beade, en el margen derecho del río Avia las buenas condiciones bioclimáticas permitieron que las terrazas subieran a las partes altas, aprovechándose para el cultivo del viñedo tanto el fondo del valle como las laderas en su conjunto.
Si hacemos un corte perpendicular, teniendo presente las variaciones motivadas por las variables comentadas, podemos comprobar como en la orilla de los ríos principales, si la humedad es fuerte, dominan los prados, muchos de ellos inundados en la actualidad, los bosques de ribera; y las vegas de vides cuando la humedad es menor, como sucedía en el valle de Castrelo con anterioridad a la construcción de la presa. Aquí, los viñedos eran mayoritarios y constituían un área excepcional riqueza agronómica. Otro tanto sucedía en la vega de Laias y aún se puede contemplar en la de Francelos. Los lugares donde los pequeños ríos confluyen con los ríos principales y la humedad es mayor se dedican a los prados; a mayor altitud a las huertas. Por encima del río, en general localizados en los distintos niveles de terraza o a media ladera, se encuentran las aldeas y los viñedos. Este hecho trajo consigo la necesidad de sacar los cantos rodados, lo que supuso un esfuerzo considerable, por lo que muchos lugares donde la suavidad del relevo es mayor, las áreas de terraza estaban ocupadas por el monte, especialmente por monte arborizado.
Antigua bodega en el valle del Avia
A medida que ascendemos en altitud la ocupación del espacio es menor, las parroquias son de menor tamaño y, con mucha frecuencia, su crecimiento se realizó a partir de los viejos lugares de ocupación. Los viñedos son testimoniales y el ganado adquiere una mayor relevancia, lo que explica la presencia de maíz y de prados, aunque estos están siendo cubiertos progresivamente por vegetación. El paisaje se descompone en pequeñas aldeas rodeadas de campos de labor, separadas entre sí por el monte o, cuando domina el granito, por peñascos y grandes rocas.
Es evidente que en la comarca coexisten paisajes diferenciados en distinto grado de evolución o de conservación. Las hay que están estabilizadas desde hace años, mientras que otras, las situadas a la orilla de las vías principales, están en continua transformación, no siempre para mejor. En cualquier caso, hay algo que sigue estando presente y que los vecinos del Ribeiro saben desde antiguo: que hay paisajes de ribeira y paisajes de montaña. Cada un tiene su peculiaridad y su valor.
Hay paisajes de ribeira y paisajes de montaña. Cada un tiene su peculiaridad y su valor.
Por encima de las aldeas aparecía hasta los años 50, con anterioridad a la puesta en marcha de la política de repoblación, monte bajo comunal que era aprovechado por los vecinos para obtener abono para las zanjas de tierra donde plantaban vid o para las cuadras de animales. Esto era algo fundamental en el pasado, donde la única manera de mantener el producción los campos era añadiendo materia orgánica dado que los viñedos requieren un abonado periódico. En este contexto, se entiende cómo hasta 1950-60, no era infrecuente plantar tojo para utilizar en la zanjas.
Los paisajes del Ribeiro varían a medida que ascendemos en altitud y en función del grado de encajamiento de los valles fluviales. Los del río Miño, Avia y los tramos inferiores del Barbantiño y Arnoia, presentan una mayor densidad de ocupación. Las parroquias son de mayor tamaño y están compuestas por núcleos primitivos, situados encima de antiguos niveles de terraza, o a media ladera, por núcleos recientes que siguen con mucha asiduidad las vías de comunicación. A su alrededor se emplazan los viñedos, mientras que las huertas aprovechan la presencia de manantiales y riachuelos.
Río Arnoia
Las unidades del paisaje
La actividad humana ha modificado los paisajes a lo largo de siglos, a su vez, ha estado muy condicionada por las variables del medio físico. Un estudio en detalle de los asentamientos tradicionales nos ha permitido conocer cómo la relación de los distintos grupos humanos con su medio ha cambiado con el paso del tiempo, y de manera especial, en los últimos treinta años.
Hasta los años sesenta de nuestro siglo, la ocupación del espacio estaba muy condicionada por su potencialidad agronómica, algo bien visible actualmente en la Galicia oriental, aunque en los últimos treinta años se hayan abandonado muchas parcelas de cultivo. Así, por ejemplo, en los valles que bordean al macizo de Manzaneda por el oeste, a unos 800-900 m de altitud, el emplazamiento de las aldeas, de los campos de cultivo o de los pastos, venía dado por las características del suelo. Estas están relacionadas con su profundidad y su orientación, al grado de humedad y, por supuesto, de su mayor o menor acidez. La aldea se construyó a media ladera, donde la profundidad del suelo no es grande, aprovechando, incluso, algún segmento rocoso; en un lugar orientado al sur, alejado del fondo del valle, donde la falta de insolación y las persistentes nieblas invernales, fruto de las inversiones térmicas, crean un ambiente húmedo. Por debajo, a medida que aumenta la profundidad del suelo y cerca de las viviendas, se emplazaron los campos de cultivo; por encima, los campos de centeno -hoy en su mayoría abandonados-, allí en donde la profundidad del suelo es menor. En la parte inferior de la ladera se situaron los prados, en un lugar marcado por la mayor profundidad del suelo pero también por la hidromorfía. En la parte superior crece en la actualidad el monte bajo y, en torno a la aldea perviven rodales de bosque, en los que dominan los rebollos (Quercus pyrenaica).
Aldea abandonada del valle del Avia
La potencialidad del suelo marcaba su uso; los campos de centeno, por ejemplo, se ubicaban sobre suelos poco profundos y secos. El centeno se adapta mejor que el trigo a los suelos ácidos y, por otra parte, es capaz de enraizar aun en aquellos poco profundos a costa, eso si, de que se cultive siguiendo el sistema de barbecho. Por contra, los más profundos y, en ocasiones, con mayor acumulación orgánica, fruto de la acumulación en la base de las laderas, se dedican a prado dado que el exceso de agua los convertía en poco aptos para el cultivo.
La potencialidad agronómica favoreció que, a partir de los siglos medievales, se construyeran estrechos bancales
Dentro de la economía jugaba un papel importante el pastoreo. El pastoreo es posible, por un aparte, gracias a la existencia de pastos en altitud, emplazados por encima de los 1300 metros. Su existencia está en íntima relación con las aguas del deshielo y, sobre todo, con la presencia de amplias superficies aplanadas, con dificultades de drenaje. Estas superficies son debidas, por un lado, a la existencia de antiguos alveolos de alteración granítica que fueron ocupados por lenguas glaciares y, por otra, al basculamiento de bloques que motivaron la presencia de superficies de aplanamiento entre los 1700 y los 1400 metros de altitud. Por otra parte, los rebaños pueden pastar gracias a la existencia de amplias áreas turbosas que se asientan, bien en el fondo de los alveolos graníticos, bien en los circos glaciares en los que la sobreexcavación glaciar fue intensa, bien en el fondo de valles glaciares en donde los depósitos morrénicos crearon áreas de difícil avenamiento. Gracias a todo ello, durante el verano los rebaños de cabras y ovejas se encuentran en la sierra; en el invierno, están estabulados en las cabañas situadas en el entorno de las aldeas lo que permite la acumulación de estiércol fundamental en el abonado de los campos de cultivo.
La potencialidad agronómica favoreció que, a partir de los siglos medievales, se construyeran estrechos bancales. Para ello no sólo fue necesario levantar muros aprovechando al máximo el terreno disponible, debido a las fuertes pendientes; también lo fue «elaborar suelo» a partir de la capa de alteración. Para ello se «rompió el monte», como se dice en Galicia, y se mezcló la capa de alteritas con brezos y tojos. De esta forma, se aportaba materia orgánica a la fracción mineral del suelo (Guitán Ojea, F.). Surgieron así «suelos antrópicos» que permitieron el cultivo de la vid y del olivo, dos especies claramente mediterráneas. Sin embargo, a partir de los años sesenta, cuando comenzó la emigración masiva hacia diferentes países de Europa, muchos bancales fueron abandonados, por lo que únicamente aquellos más próximos a las aldeas siguen cultivándose.
El espacio geográfico gallego ha funcionado y funciona como un sistema abierto en el que, en relación a la existencia de una u otra combinación de elementos, surge una desigual dinámica ecogeográfica.
SOBRE EL AUTOR
Catedrático Emérito de Geografía Física de la Universidad de Santiago de Compostela (USC) y reconocido investigador a nivel nacional e internacional. Ha desarrollado y dirigido proyectos, así como asistencias técnicas, en Canadá, Francia, Brasil, Uruguay, Argentina, Ecuador, Marruecos, Chile…Fue presidente de la Sociedad Española de Geomorfología (SEG) y director del Departamento de Geografía de la USC. Docente en varias universidades internacionales, ponente en decenas de congresos, director de tesis doctorales…Su intensa labor académica e investigadora, le llevó a ser reconocido con el Premio Trasalva 2002, un importante galardón anual honorífico que recompensa la labor cultural y gallegista de importantes figuras.
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