Hablamos con Marcos de Miguel, nacido en Fuentenebro en 1946. Su vida transcurrió entre viñas, unas pocas ovejas y vacas y dos borricos.
Autor: Cultura Líquida
Presentamos un nuevo podcast de La Memoria del Vino . Además de dedicarse a la viña, Marcos también trabajó como jornalero y en el molino de la cercana explotación minera de Aguacae, de las que nos cuenta las pésimas condiciones laborales de la época. Aunque las minas llevan décadas cerradas, la mica, el cuarzo y el feldespato también son parte de la historia de Fuentenebro.
Reproducimos un extracto de lo que podrás escuchar en el podcast.
«Soy nacido y criado aquí. Mis padres y abuelos también. Mi padre murió cuando yo tenía 19 años. Fue en unas vendimias. Mis padres, como todos en aquellos tiempos, tenían un par de borricos, una vaca y cuatro ovejas. Era la vida que había entonces, no había otra cosa; arañando un poco de aquí y un poco de allá. Algunos días llegabas y lo que había para comer era pan.
Guardábamos las vacas aquí y por las mañanas tenías que salir al campo a llevarlas. Alrededor del mes de octubre, ya sí las bajaban al pueblo. Tocabas el cuerno y te las soltaban y las subías arriba al pasto. El invierno era duro, llovía muchísimo y nevaba, estabas calado casi todo el día. Para el frío ibas con una manta, pero cuando se mojaba no podías con ella. ¡Hacía muchísimo frío! Pero era lo que había, y ¡éramos felices! Más que ahora porque antes nos echábamos una mano unos a otros. Eso era lo principal. Te ayudabas en el campo. A lo mejor caía uno malo en verano y le ayudaban a recoger la cosecha. Sin embargo ahora, de esa colaboración no queda nada.
Teníamos un lagar, que era de toda la familia. Lo compartíamos y según los cestos que echábamos, así recogíamos el vino. Eran cestos de 92 kg, cuatro arrobas.
Los domingos venían a comprar vino los arrieros de La Serrezuela, de los pueblos de alrededor (Cedillo, Carabias,). Venía también el corredor, que se encargaba de sacar el vino de las bodegas y había que pagarle algo. Por cántara se sacaba poco; ya no recuerdo porque hace más de 50 años que yo vendía el vino. Y el que tenía poco no vendía, lo tenía que guardar. Guardaba un cubete para el verano, cuando venía el trabajo más fuerte, con el calor y demás.
Antes las laderas eran todo viña. Y todo a fuerza de mano, a cavar todo a mano. Por aquí había pocas enfermedades, algo de oídio lo único, si llovía mucho y no las sulfataban en condiciones. Mildiu nada. Este pueblo tiene un terreno que es bandera. Aquí tiras para abajo y es terreno bueno, te aguanta el agua y la sequía. No como en la zona de Aranda y por ahí, que en cuanto picas es grava. Sin embargo, aquí picas y picas y sale tierra, y aunque salga algo lastra, algo de piedra, corre mejor la raíz y guarda más la frescura. Aquí hay terrenos que son un rubiero, que no se va la humedad en la vida. Aquí hay poca caliza, hay mucha arcilla roja, lo que llamamos aquí el rubiero. La poda empezaba a partir de la segunda quincena de noviembre. Con hacha. Se dejaba la poda de dos yemas o tres lo máximo, así se hacía y así era la vida. Es lo que había».
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