Publicamos la primera colaboración para Cultura Líquida de Xavier Castro, historiador y especialista en historia social sobre cultura del vino y gastronomía en Galicia.
Autor: Xavier Castro
Muy ardua habría sido la suerte de los gallegos en el transcurso de su historia sin sus vinos. Para nuestras gentes, el vino fue la fuente de una gran alegría: obró como alboroque, alimento, estímulo y fuente de calor. Fue requerida también su presencia en la relación social, vecinal y amistosa, y por supuesto en el amor. A todos pareció, además, de todo punto indispensable en la hora de la fiesta.
Algunas tardes, es aconsejable dejar que la mano se deslice hacia el lomo del libro apreciado, y retirarlo del anaquel con tiento para entablar conversación con los autores que apreciamos y que hablan a nuestros ojos; quizás con Montaigne, Bellow, Dieste o Pla. Y hacer esto con la naturalidad y el placer de establecer contacto con las cosas que nunca defraudan: la calidez de la mano querida, la transparente frescura del agua del mar, las hojas de un libro que exhalan el aroma vegetal del buen papel, o bien la copa de un vino cordial.
Opinaba hace años José Bergamín que, en el ámbito de la cultura francesa, era posible leer a la carta, en tanto que en la española era menester conformarse con un menú de plato del día. Algo semejante acontecía con el abanico de vinos disponibles. Afortunadamente, en nuestros días, también es posible leer a la carta en el país que habitamos, dada la riqueza y variedad de posibilidades de elección en materia de libros. Y, del mismo modo, también, beber con entera satisfacción pudiendo elegir entre una amplia variedad de mostos de muy distintas hechuras, bondades y características. Constituye esto nuestra exultante cultura líquida.
Conviene aprender el arte de saber escoger en la vida, vinos, libros y amistades para que compongan la familia que acompañe durante toda una existencia vivida
No hay duda que mejoran así los placeres sociales. Supone, también, una fortuna para cada persona tener a su disposición un mosaico tan diverso que hace posible escoger con precisión no exenta de júbilo un vino adecuado para compartir en los distintos momentos de la existencia. Y por qué no también en las diferentes horas del día, que se hacen más gratas e inestimables con la amable compañía de un dorado albariño, para saborear el aperitivo servido en una terraza soleada; o bien con una copa de mencía al atardecer, para sazonar mejor la charla amistosa; o quizás con un restallante Ribeiro o bien un tostado envejecido en barrica, tomado en plurales horas, con los que enriquecer la soledad buscada, a lo mejor en compañía de un libro, no muy lejos del fuego que arde en la chimenea, mientras, en la lejanía, la vista se recrea en el rojo estallido, proteico y feliz, de un camelio en flor. Conviene aprender el arte de saber escoger en la vida, vinos, libros y amistades para que compongan la familia que acompañe durante toda una existencia vivida con el deseable confort, ya que es ilusoria la plenitud. Con tales afinidades electivas no faltará calor y dulzura en el trato con nosotros mismos y con el mundo, que en ocasiones puede parecer áspero.
Los vinos de nuestro país, que también saben durar años, disfrutan de irrefutable juventud y gustan de ser muy humanos compañeros. Constituyen las notas más alegres en la sinfonía de las nourritures terrestres y son peritos en el arte del amistoso reconfortamiento, destilando en el espíritu impresiones comparables a las palabras insustituibles y necesarias, cuando más en falta las echamos. Y es que cuando sentimos que extienden su brazo por encima de nuestro hombro y nos aprietan contra su pecho nos aportan la calidez que observamos en una joven pareja que estrena el pálpito inédito de un enamoramiento reciente.
El vino que se franquea en la copa constituye una forma de amor que, como señala Gil de Biedma en un poema, posee indudable calidad de vida. Y es capaz de transmitírnosla. Gracias a él, nada queda dentro de nuestra alma inmóvil, ya que el vino mueve la primavera y crece como una planta de alegría; es el viento que agita el día, haciendo que el corazón ascienda a las ramas. Así pues, dejemos en esta hora que el cántaro de vino, al beso del amor sume su beso, y, de esta suerte, apliquémonos, con Neruda, a propagar el cántico fraternal del fruto.
SOBRE EL AUTOR
Xavier Castro
Escritor, catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Santiago de Compostela y autor de numerosos libros sobre la cultura del vino: A rosa do viño (Galaxia), Tostado: el vino noble de Galicia (Acuarela), A la sombra ejemplar de los parrales (Trea), A lume manso (Galaxia) o Servir era o pan do demo: Historia da vida cotidiá en Galicia, séculos XIX e XX (Galaxia). Considerado uno de los grandes especialistas en historia social de la alimentación, gastronomía y vino en Galicia. .
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