Gabriel (1946) se define como agricultor de toda la vida y vive en el pueblo donde nació. Ha tenido una intensa vida desde los 18 años, edad en la que se hace cargo de las propiedades de su padre. Se fue formando en el sector agrario, donde ha trabajado en el mundo del cooperativismo.
Autor: Cultura Líquida
Presentamos un nuevo podcast de La Memoria del Vino. Gabriel Alonso (1946) trabajó en el sector cooperativo con el convencimiento pleno de que era la solución para los agricultores. Conoce muy bien la historia de la zona y con el charlamos sobre la cultura del vino de la región, la comercialización, la transformación del campo y su futuro.
Reproducimos un extracto de lo que podrás escuchar en el podcast.
«Acabé el bachiller y luego, por otras razones, vine a casa con unos 18 años y me incorporé a la agricultura. Mi padre había tenido tierras durante mi etapa del colegio, fue la transición de los animales a los tractores. Mi padre decidió, porque no le gustaba mucho la agricultura, dar las tierras en renta, no quería meterse en vehículos ni en eso. Yo entendí que debíamos reincorporarnos a la agricultura por razones económicas y empecé a ser agricultor. Con la suerte de que mi padre, como nunca tuvo entusiasmo agrario, me dejó libertad total. Cometí muchísimos errores por desconocimiento, pero tuve la suerte de poder realizarme desde el principio y asumir riesgos. Me incorporé ya con el mundo del tractor, entonces era un inicio complicado para todos y para mí doble complicación por el tema de los vehículos y por el desconocimiento agrario, aunque lo suplía por el conocimiento de mi padre.
Me asenté en la agricultura no por capricho sino por convencimiento, y estaba convencido de que si estaba en esto tenía que estar preparado. Me fui defendiendo dentro de un mundo que desconocía y después de ahí entré con un convencimiento pleno en el cooperativismo, que era la solución para todos los agricultores y no ese cooperativismo de pura necesidad que nació en los pueblos de quien no podía comprar un tractor se unía al vecino o al cuñado para comprarle. No era el cooperativismo que veíamos en Europa con otras miras y otras proyecciones.
Respecto al comercio, lo que he conocido es que había un señor que se dedicaba a llevar el vino a Madrid y que luego sus hijos acabaron llevando huevos. Eran arrieros, me acuerdo de oírlos hacer canciones de arrieros. A mí me gustaba hablar con los arrieros. Eran las postrimerías, oía el que había ido con el carro de su señor cómo doblaban cuando llegaban al puerto de Santo Tomé, doblar era que llevaban uno o dos machos detrás de la silla y el freno, y les ponían delante para subir el puerto, o si no, alquilaban dos ganados para subir el puerto. Llevaban unos toneles muy grandes.
Recuerdo de ir a ver lavar las cubas al tío Claudio con las cadenas haciendo oscilar la cuba, aprovechaba la curvatura para hacerlas oscilar. Esa etapa era de brillo, pero cuando ya me incorporé había desaparecido porque en esos 15 años, desde los siete a los 18, el vino pasó a ser algo marginal. Hasta deseando que llegara la concentración para sacar todas las viñas».
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