El padre de Juana solía decir que sus hijas aprendieron antes a trabajar que a jugar. Su madre murió muy joven y desde pequeña iba al campo. Ella fue una de tantas personas que tuvieron que irse del pueblo y lo hizo con Fermín, su marido. Ambos nos cuentan sus recuerdos y la importancia del vino como recurso económico.
Autor: Cultura Líquida
Presentamos un nuevo podcast de La Memoria del Vino. Juana (1951) nació en Arauzo de Miel (Burgos) y Fermín (1946) en Fuentenebro.
Reproducimos un extracto de lo que podrás escuchar en el podcast.
«Fermín y yo nos conocimos aquí en Fuentenebro, de jóvenes. Éramos de la cuadrilla. Tuvimos dos hijos. De pequeños, aquí había muchísimo vino, muchos lagares. Hasta los años 80, que es cuando el consejo regulador se fundó y empezaron a crearse las cooperativas, pues la gente de los pueblos lo tenían eran muchísimas hectáreas. En mi casa, en el año 1963, se cogieron 800 cántaras de vino. Es mucho. Yo estuve en la escuela hasta los 14 años y yendo a la escuela ya iba al campo. “Las boticarias”, que tenían muchísima fortuna, tenían tierras en renta y cuando venían a pagarlas la renta lo hacían con los carros, con los machos. La cola llegaba casi hasta el frontón.
En el campo, las niñas o las jóvenes igual iban a segar que los hombres. Yo tengo una vecina que segaba más que su marido. Lo que no iban es con las yuntas, con el ganado no. A dar de beber el ganado sí. En el tema de la bodega, en la elaboración de vino, también participaba. Yo ayudaba a mi padre a lavar las tinas. Tenía una tina que metía 200 cántaras de vino, se metía dentro con una escalera a lavarla, había que estar subiendo el agua para lavarla. Hacía un vino de la parte de Navales y de Pradales… ¡se lo quitaban de las manos!
En mi casa había cubas de madera. Teníamos tres o cuatro bodegas y en una, una cuba de cemento también, que hizo mi difunto padre. Había otra de madera, de ciento cincuenta cántaras. Una madera gorda, de 8 cm, ¡terrible! Esas cubas grandes las hacían en la bodega; los hierros los hacían en la fragua, los aros, y las maderas pues sí era olmo o roble o lo que fuera, lo traían de una serrería.
Del vino que hacían nuestros padres se consumía un porcentaje y el resto en el verano venían muchísimos arrieros de la sierra…de todos esos pueblos a comprar vino con burros, con caballos, con machos con carros y era costumbre de que el alguacil del pueblo iba por las bodegas y el dueño que quería vender vino, pues se lo daba a probar a los arrieros ya que el que más le gustaba tenían un precio fijado por el dueño. El precio de una cántara era aproximadamente de 100 pesetas. En los años 50 se vendía el vino a unas entre 40 y 60 pesetas la cántara.
Los cestos de mimbre para la uva se los hacía cada uno. Bajaban al río, cogían los mimbres y cada uno en casa se hacían los suyos. Son cestos donde cabían más de 100 kilos. Casi todos tenían las mismas dimensiones para colocar 7, 8 o 9 unidades en el carro. Si eran más pequeños había la dificultad que en vez de 120 kilos sólo podías echar 50 de uva. Entonces, para aprovechar el viaje, todos tenían la misma altura, el mismo volumen y la misma capacidad».
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