Javier Iglesia, doctor en Historia Contemporánea por la Universidad de Burgos y gran experto en la Ribera del Duero, relata los intentos de aportar una solución comarcal en la crisis de la viticultura ribereña a comienzos del siglo XX.
Autor: Javier Iglesia Berzosa
En septiembre de 1902 se reunieron en Aranda de Duero un centenar de viticultores ribereños a instancias del diputado a Cortes por Valladolid Leovigildo Fernández de Velasco. Les preocupaba la «angustiosa situación» por la que atravesaba el viñedo comarcal, la mala elaboración de sus vinos y la dificultad de encarar el futuro de forma individual. Revoloteaba en el ambiente la inminente amenaza de la filoxera (Daktulospharia vitifoliae), plaga que había invadido ya el noroeste de la provincia de Valladolid. Se nombró una comisión formada por el propio Fernández de Velasco; Diego Arias de Miranda, diputado a Cortes por Burgos y exdirector general de Obras Públicas y los señores Feliciano Pecho, Fausto Vela y Fausto Gimeno, por Aranda; Juan de la Torre, por Roa; Ángel Barroso, por Peñafiel y Mariano Espinosa F. de Velasco, por Tudela, con la intención de sondear la posibilidad de «agremiarse» y formar una gran asociación que mejorara el producto y buscara nuevos mercados. También se aprovechó la ocasión para solicitar la supresión del denostado impuesto de Consumos.
El 11 de diciembre, los comisionados volvieron a convocar a los viticultores ribereños en el teatro de Aranda con el fin de formalizar la puesta en marcha de una sociedad anónima denominada Sociedad Vinícola de la Ribera del Duero dedicada a la elaboración y venta de vinos del país, la formación de los viticultores y la adquisición mancomunada de abonos minerales, maquinaria y plantas adecuadas para la reposición del viñedo que pudiera quedar afectado por la filoxera. Se aprobó, incluso, estudiar el establecimiento de una o más bodegas sociales similares a las que se habían creado en Italia. Para lograr su propósito acordaron que la nueva compañía contara con un capital social de 500.000 pesetas aportados por los viticultores de la comarca mediante la suscripción de 5.000 acciones de cien pesetas cada una.
Ejemplar del periódico La Voz de Peñafiel. Biblioteca Digital de Castilla y León.
La flamante Sociedad Vinícola de la Ribera del Duero se diluyó nada más dar sus primeros pasos. La iniciativa no encontró apoyos suficientes en un sector descapitalizado y temeroso. La filoxera apareció en la zona occidental de la comarca en 1903. Dos años después fueron declaradas oficialmente filoxeradas las comarcas de Aranda y Roa. A la incapacidad de los próceres locales de intentar mitigar las consecuencias de una calamidad previsible desde hacía más de 25 años se unió la incompetencia y la desidia de los poderes públicos. La Diputación de Burgos tardó ocho años en elegir la ubicación de los viveros provinciales que permitieran obtener plantas suficientes para ofrecérselas a los viticultores a bajo precio. Tras largos y prolijos debates se acordó que debían situarse en Aranda de Duero, Castrojeriz y San Martín de Rubiales. Algo parecido ocurrió con la Estación Enológica establecida en un viejo caserón de Aranda en 1911 y cuya actividad fue nula hasta 1917 o con la Granja Agrícola concedida por el ministro Gasset y de la que nunca más se supo.
El fracaso de la Sociedad Vinícola de la Ribera del Duero no fue, sin embargo, en balde. Barroso, el médico que había participado en los prolegómenos de la Sociedad, fundó en 1906 el periódico La Voz de Peñafiel junto a los farmacéuticos Pedro y Ángel de la Villa, y un grupo muy activo de redactores y colaboradores. Su propósito era contribuir al progreso moral y material de la comarca, «patria de nuestros amores», a través de un rotativo que dedicara especial interés a los temas agrarios. El semanario, imbuido de un decidido carácter regeneracionista e identitario, lanzó en su segundo número la idea de organizar en Aranda una Asamblea Regional Agrícola de la Ribera del Duero que aunara esfuerzos y conocimientos.
El encuentro tuvo lugar el 16 de septiembre. Asistieron agricultores de muchos pueblos de la zona. En Aranda se vivía aún la resaca de los graves incidentes ocurridos días antes en la localidad por no haber habido corridas de toros durante las fiestas patronales. Presidió la reunión Diego Arias de Miranda. Le acompañaban la Comisión organizadora, Barroso y Carlos Ormaechea, cura-párroco de Fuentemolinos. A lo largo del día se abordaron diferentes temas relacionados con la invasión filoxérica, la restitución del viñedo y el espinoso asunto de las admisiones temporales de trigo reivindicadas desde Cataluña. También fue aprobada por unanimidad la creación de la Asociación Regional de Agricultores de la Ribera del Duero. La Voz de Peñafiel fue declarada su órgano oficial.
Retrato de Diego Arias de Miranda, presidente honorario de la Asociación Regional de Agricultores de la Ribera del Duero. Portada de la Biografía del Excelentísimo señor Don Diego Arias de Miranda.
Aquella asamblea fundacional no fue la única. La siguieron las celebradas en Peñafiel (16 y 17 de septiembre de 1907), Roa (13 de abril de 1909), Roa (19 de marzo de 1910), Aranda de Duero (13 y 14 de septiembre de 1910) y Peñafiel (17 y 18 de noviembre de 1913). En todas se combinaron las sesiones protocolarias con las más estrictamente formativas. Desde la tribuna de oradores —y desde las páginas de La Voz de Peñafiel—solía concienciarse a los asistentes en la necesidad de sumar esfuerzos para mitigar la profunda crisis económica y demográfica por la que atravesaba la comarca. La mayor parte de los que concurrían eran medianos viticultores preocupados por su futuro, aunque no faltaron tampoco grandes productores, como Julio Pimentel, propietario de la finca Retuerta; Evaristo Monné, de la finca La Ventosilla o Félix Herrero y su administrador Jaime Frade, de Vega Sicilia. Y si bien es cierto que muchas de las intervenciones resultaban retóricas y tediosas, hubo otras más provechosas, que trataron de solucionar los problemas del agro comarcal.
Estos encuentros fueron un gran escaparate para los próceres locales que hacían gala siempre que podían de su carácter apolítico. Sindicatos, asociaciones, cámaras agrícolas, representantes de ayuntamientos acudían a ellas. La prensa especializada y los periódicos regionales informaban puntualmente de sus pormenores. Era, según Barroso, una «revolución desde abajo». Toda la Ribera del Duero aparecía unida. Arias de Miranda, convertido ya en el principal catalizador de los intereses del territorio fue nombrado en 1907 presidente de honor de la Asociación. Para sustituirle en la presidencia ejecutiva fue elegido Juan de la Torre Mínguez, abogado afincado en Roa y propietario de la finca Valera.
A pesar de la labor divulgadora de la Asociación, apenas se generaron más iniciativas de carácter práctico que la impartición de algunas conferencias, la asistencia a congresos regionales o la edición por parte de La Voz de Peñafiel de un folleto titulado Instrucciones sobre la plantación de vides americanas, cuyo autor era José Álvarez Olmedo, cura-párroco de Autillo del Pino (Palencia). Sin personal ni presupuesto, la Asociación se ciñó a trasladar las reivindicaciones que consideraban más urgentes a los dirigentes políticos y a las administraciones públicas que, por lo general, caían en saco roto. Con el paso de los meses fue extendiéndose la idea de que el futuro de la comarca no pendía tanto de la vid como del regadío. La construcción del pantano de la Cuerda del Pozo, la posibilidad de prolongar el canal Reina Victoria y los proyectos de construcción del pantano de las Vencias, el canal del Duratón y el pantano de Burguillos supondrían —en palabras del redactor de La Voz de Peñafiel— «grandes veneros de riqueza».
Retrato del hermano Martin Dumas, presidente de “El Vivero” de La Horra. Archivo de los Hermanos de la Sagrada Familia de La Horra (Burgos).
Entre tanto, el parásito continuó su imparable avance. En 1909 el 44% de la superficie vitícola vallisoletana estaba destruida y un 3 % más había sido invadida. La situación en Burgos iba por el mismo camino, pues si bien es cierto que sólo había destruido un 8,5 % del viñedo, la invasión alcanzaba el 23 %. En estas circunstancias tan adversas el viticultor tenía que afrontar la destrucción de sus vides sin apenas ayuda. Debía desfondar, analizar suelos, elegir patrones adecuados, abonar, pagar los tributos y esperar cinco o seis años hasta que la planta diera fruto sin subvenciones ni préstamos a bajo interés. La adquisición de vides injertadas no siempre era fácil ni barata. Los viveros públicos carecían de planta por lo que era preciso recurrir al mercado libre donde, además de las empresas foráneas con delegación en la comarca, existían viveros particulares, como La Vitícola Ribereña, en Peñafiel; el vivero de Víctor Martínez, en Gumiel de Mercado o el de los Hermanos de la Sagrada Familia de La Horra, titulado La Ribera Vitícola, creado en mayo de 1911 por iniciativa del hermano Martin Dumas y 38 socios más que suscribieron 112 acciones a 50 pesetas cada una. El origen francés de su promotor facilitó el éxito de un vivero en el que trabajaban como injertadoras muchas de las mujeres del pueblo.
Acción de la Sociedad Anónima La Ribereña Vitícola. Archivo de los Hermanos de la Sagrada Familia de La Horra (Burgos).
La única salida de los viticultores con menos recursos era la emigración. Brasil, Cuba, Argentina o Chile fueron los principales destinos de muchas familias ribereñas incapaces de encontrar un jornal estable. Una salida desesperada a su situación laboral que ya habían tomado otros viticultores a partir de febrero de 1892 en que Francia aplicó nuevos derechos arancelarios al vino español que acabaron reduciendo drásticamente las exportaciones al país vecino. Resulta difícil conocer con exactitud el número de emigrantes, muchos de ellos jóvenes, que tuvieron que vender sus pobres pertenencias para marchar a América. Si comparamos los censos de población de 1910 y 1920 en los municipios amparados actualmente por el Consejo de la Denominación de Origen Ribera del Duero observaremos un descenso de población de 3.800 habitantes, un 4´8 % de la población absoluta. Una reducción de efectivos a la que habría que añadir el incremento no contabilizado del crecimiento vegetativo que supondría, aproximadamente, otros 4.000 habitantes. La mayoría de los pueblos comarcanos, excepción hecha de Aranda, que creció en 732 habitantes, redujeron su población. Algunos, como Quintana del Pidio o Campillo de Aranda perdieron la cuarta parte de sus efectivos; otros, como Fuentenebro, Zazuar, Nava de Roa, Curiel de Duero o Santa Cruz de la Salceda más del 15 %.
Los que decidieron quedarse debieron convivir con la indigencia, el hambre y la precariedad laboral. La falta de obra pública los condenó a una vida miserable. El descontento social fue en aumento. A comienzos de 1906, los braceros de Valdezate acudieron al alcalde en «imponente, aunque pacífica manifestación» para solicitarle trabajo, del que carecían desde hacía meses.
Algo similar ocurrió en Aranda el 3 de febrero de 1918. Ese día se reunieron en la plaza Primo de Rivera (actual Jardines de D. Diego) 3.000 almas para dirigirse de forma pacífica hasta el Ayuntamiento en donde entregaron al alcalde un documento en el que solicitaban al Gobierno el abaratamiento de todas las subsistencias, pidiendo que todos los artículos de primera necesidad mantuvieran los precios que regían con anterioridad a la Primera Guerra Mundial. Inmediatamente se adhirieron al manifiesto los personajes notables de la villa. El alcalde (Fausto Vela) llegó a pronunciar un emocionado discurso desde el balcón de la Casa Consistorial en el que ofrecía su colaboración y prometía a los manifestantes que no permitiría que los comerciantes expendieran ningún artículo sin su peso legal, finalizando con vivas al pueblo coreados «con verdadero entusiasmo» por los concurrentes.
Vista general de la Resinera Arandina.
La situación no debió mejorar, ya que los obreros del campo se declararon en huelga el día 18 organizando piquetes en los puentes de la capital ribereña e impidiendo que circularan carros y personas. Luego obligaron a que se cerrasen los comercios, los talleres y las fábricas. El paro movilizó a más de mil trabajadores que se trasladaron a la plaza Primo de Rivera donde el candidato regionalista a las Cortes (Manuel Martín) les dirigió unas palabras desde el balcón del Hotel Ibarra solicitándoles calma. Los huelguistas exigieron la restitución de un monte público titulado: El Pinar, vendido 14 años antes a La Unión Resinera y del que obtenían carbón, leña y pastos, fundamentalmente. Los manifestantes accedieron a que se confeccionara una Comisión encargada de negociar con la empresa la devolución «por el valor que tenga» dicho monte, «ya que la efervescencia del pueblo es grandísima y puede derivar por derroteros peligrosos».
A última hora de la tarde volvieron a formarse grupos de trabajadores descontentos. Entre ellos había muchas mujeres. En esta ocasión la muchedumbre se dirigió a la oficina de Telégrafos donde pidieron a la dirección de la Unión Resinera una respuesta rápida. Ésta, convocó en Madrid a la Comisión negociadora para que tuviera efecto una reunión entre ambas partes. Los huelguistas, molestos por la demora, se dirigieron a las instalaciones de la fábrica donde derramaron las cubetas de colofonía, rompieron cristales, destruyeron máquinas y derribaron parte de la caseta de la báscula. Al día siguiente se convocó una nueva manifestación que reunió a cientos de personas que recorrieron las calles de la localidad escoltadas por la Guardia Civil.
SOBRE EL AUTOR
JAVIER IGLESIA BERZOSA
Javier Iglesia Berzosa es doctor en Historia Contemporánea por la Universidad de Burgos. Autor del libro “Viñedo, vino y bodegas en la Historia de Aranda de Duero” (1982), obra pionera en los trabajos de documentación, estudio y catalogación de la arquitectura tradicional subterránea asociada al vino, y de numerosos artículos sobre el patrimonio vitivinícola de Castilla y León. Miembro de la Asociación de Historiadores de la Vid y el Vino. Posee una amplia experiencia en el sector del enoturismo. Profesor del Máster de Enoturismo organizado por la Universidad de Salamanca en la Escuela Politécnica de Zamora, responsable de la ejecución del Centro de Interpretación de la arquitectura del Vino (CIAVÍN) y de la Bodega de las Ánimas de Aranda de Duero y coordinador de la puesta en marcha de la Ruta del Vino Ribera del Duero
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